En un libro publicado unos días antes de morir, el sociólogo francés Pierre Bourdieu (2001) destacó el carácter claramente anti-democrático de la evaluación de los estudiantes. En línea con filósofos críticos como Michel Foucault (2001), Bourdieu consideró que la evaluación ejerce un poder coercitivo simbólico hacia los alumnos y alumnas a través de mecanismos tales como el uso de pruebas externas estandarizadas que sirven más para ordenar y clasificar que para mejorar, la opinión pública que se genera a partir de los resultados de evaluación cuando se traducen en el uso de rankings, la dependencia hacia la evaluación que se crea entre los estudiantes ya desde edades tempranas, o el falso mito de que las calificaciones reflejan el aprendizaje de los estudiantes.
Aunque en estos 15 años transcurridos se han multiplicados los esfuerzos, especialmente teóricos, para ofrecer alternativas en la evaluación, como el surgimiento de enfoques tales como la Evaluación Auténtica, la Evaluación Culturalmente Sensible, la Evaluación Crítica, la Evaluación Democrática Deliberativa, o la Evaluación para la Justicia Social (Murillo e Hidalgo, 2015), la realidad muestra que sigue ejerciendo un fuerte poder coercitivo sobre los estudiantes y sobre los docentes, convirtiéndose en el principal instrumento de control educativo, especialmente por parte de las Administraciones (Shohamy, 2001). Así, no hay forma más eficaz de controlar a los profesores y profesoras, a los estudiantes y a lo que acontece en las aulas y escuelas -poniendo incluso en duda la capacidad y el profesionalismo de los trabajadores de la educación-, que imponer sistemas externos de evaluación con consecuencias vitales para el futuro de las escuelas y de los propios niños, niñas y adolescentes.
Seamos claros. ¿Es posible una sociedad democrática con escuelas autoritarias? ¿Es posible tener escuelas y aulas democráticas si las evaluaciones son represoras, jerárquicas y coercitivas en su diseño, desarrollo, corrección y devolución? Nos cuesta imaginarlo.
Sin pretender elaborar un manual, sí que nos gustaría aportar algunas ideas para ayudarnos a reflexionar sobre el sentido de la Evaluación Democrática de los estudiantes:
Empoderar a los estudiantes. La evaluación debe convertirse en un proceso que empodere a los alumnos y alumnas en su propio proceso de aprendizaje. Una práctica evaluativa democrática requiere la participación activa de los estudiantes en todo el proceso evaluativo: en el diseño, en la ejecución, en la corrección, en la devolución de la información y en las decisiones que se toman derivadas de la evaluación (Greene, 2000). No supone únicamente conocer sus opiniones o tomar alguna decisión a través de una votación, sino convertirles en responsables últimos de su aprendizaje.
De la evaluación de los estudiantes a la evaluación con ellos. Nadie cambia si no quiere hacerlo. Estrategias de autoevaluación, que busquen una reflexión personal del estudiante de su propio aprendizaje así como de los retos a superar, es una estrategia democrática y eficaz para avanzar.
Crítica. La evaluación también ha de posibilitar a los estudiantes reflexionar críticamente y aportar sus puntos de vista alternativos, creativos y críticos. La búsqueda de la “verdad única” que el docente posee y el alumno desconoce, y que solo puede alcanzarse por el método prescrito es como suena, una práctica represiva.
Justa. Una evaluación nunca podrá ser democrática sino es justa. La justicia supone una atención diferencial a los estudiantes, dando más a aquellos que más lo necesitan y utilizando estrategias variadas para no favorecer a un determinado tipo de alumno o alumna. De igual forma, ha de contribuir al desarrollo integral de los estudiantes, evaluando no únicamente los aspectos cognitivos sino también actitudinales, procedimentales, afectivos… Pero de nada sirve todo esto si no valoramos el avance real de los estudiantes. El recorrido que cada estudiante realiza es individual y por lo tanto, la evaluación también tiene que serlo.
No jerárquica. La práctica evaluativa ha de estar enmarcada en una reconsideración de la figura y el papel del docente que se libera de su armadura de poder para ser un mediador en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Siguiendo a Freire (1971), hay que superar la idea de que el que “sabe” deposita en el que “no sabe” el conocimiento, ya que esto supone un mantenimiento de las estructuras de poder existentes tanto en la escuela como en la sociedad.
Cooperativa. El trabajo en equipo y la cooperación entre los estudiantes ha de formar parte de la esencia de la evaluación democrática. Enseñar a los estudiantes a trabajar de forma conjunta, colaborativa y participativa favorece el desarrollo de una evaluación democrática. Este trabajo cooperativo en términos evaluativos, no debe realizarse únicamente entre los estudiantes, sino también entre los docentes y con familias. La comunidad es un elemento esencial de la democracia, y debe estar presente y activa en las escuelas.
Social. De acuerdo con lo que afirman House y Howe (2000, p. 3) “las prácticas evaluativas están firmemente arraigadas a determinadas estructuras sociales e institucionales”, y por lo tanto tienen que tener el poder de transformar la sociedad. Una vez la evaluación es democrática, es decir, se desarrolla a través de procesos democráticos donde participan a los estudiantes, es necesario que la misma prepare a los estudiantes para favorecer la democracia en la sociedad. Así, dotarles de herramientas para hablar en público, ser críticos con la realidad, expresar sus ideas y conocer los cauces sociales de participación es fundamental para que la evaluación suponga un cambio, no tan solo en el aula, sino especialmente en la sociedad.
En las escuelas, los estudiantes aprenden cómo funciona la sociedad así como su papel en la misma. A través de la evaluación, los docentes pueden concienciar a los estudiantes acerca de su papel crítico en la transformación social, ayudarles a comprender que su participación social es fundamental igual que lo es en su aprendizaje. Si la escuela quiere cambiar la sociedad es necesario que empiece por incluir a los estudiantes en su evaluación, enseñándoles a tomar decisiones y ser responsables de su aprendizaje.
Transformar las prácticas evaluativas para que promuevan la democracia en la sociedad supone dejar de ver la evaluación como un simple instrumento de medición y comprenderlo como una herramienta al servicio del aprendizaje autónomo de los estudiantes y de la conformación de una sociedad más justa y democrática.
Referencias
Bourdieu, P. (2001). Langage et pouvoir symbolique. París: Seuil/Points.
Foucault, M. (2001). Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI Editores.
Freire, P. (1971). Pedagogía del oprimido. Ciudad de México: Siglo XXI Editores.
Greene, J. C. (2000). Challenges in practicing deliberative democratic evaluation. New Directions for Evaluation, 2000(85), 13-26.
House, E. R. y Howe, K. R. (2000). Deliberative democratic evaluation in practice. En D. Stufflebeam, G. Madaus y T. Kellaghan (Eds.), Evaluation models (pp. 409-421). Londres: Springer.
Murillo, F.J. e Hidalgo, N. (2015). Enfoques Fundamentantes de la Evaluación de Estudiantes para la Justicia Social. Revista Iberoamericana de Evaluación Educativa, 8(1), 43-61.
Shohamy, E. (2001). Democratic assessment as an alternative. Language Testing, 18(4), 373–391.
Referencia Original
Murillo. F. J. e Hidalgo, N. (2016). Evaluación democrática y para la democracia. Revista Iberoamericana de Evaluación Educativa, 9(1), 5-7.
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