Los grupos de investigación se han convertido en poco tiempo en las unidades básicas de investigación. Así, frente a otras estructuras, como los equipos de investigación, de carácter más coyuntural, o los departamentos, muy estáticos y que difícilmente pueden articular la investigación, los grupos se caracterizan por su naturaleza funcional y estructura estable pero dinámica. De esta forma, aunque no existe un censo de grupos de investigación en España, es posible afirmar que su número viene creciendo de forma sostenida en los últimos años, entre otras razones por las presiones tanto de universidades como de administraciones, pero también por la necesidad de investigadores e investigadores de colaborar para conseguir metas más ambiciosas. Y aunque con toda seguridad su existencia ha permitido mejorar la calidad de la investigación desarrollada, aún son muchos los retos que deben superar (Blasi y Romagnosi, 2012; López-Yáñez y Altopiedi, 2015).
Rocha, Sepere y Sebastián (2008), por ejemplo, alertan sobre la endogamia de los grupos, tanto en temas como en enfoques. Así, defienden la importancia de favorecer la movilidad, el intercambio y la colaboración externa, “como vía de integrarse en unos modos de producción del conocimiento donde la asociabilidad a través de diversos instrumentos y esquemas de cooperación, asegure la mejor integración de los investigadores en los actualmente multipolares e internacionalizados sistemas científico-técnicos” (p. 755).
La investigación educativa, por su parte, afronta unos retos que le han hecho ganarse una “terrible reputación” entre docentes y administradores (Kaestle, 1993) que le impiden tener un mayor impacto en la mejora de la educación. Así, sea por la elección de la temática a estudiar, por la calidad de los trabajos o por la falta de carácter multidisciplinar, hasta por la forma de comunicación sus hallazgos, la investigación no está logrando contribuir a la mejora de la práctica educativa (Hemsley-Brown y Sharp, 2003; Murillo y Perines, 2017). Estos retos nos recuerdan el Modo de producción de conocimiento 1 de Gibbons (Gibbons et al., 1994) y nos incitan a pensar que el necesario paso a dar es llegar al Modo 2 (cuadro 1). Las redes de grupos de investigación son una excelente estrategia para conseguir, para avanzar hacia una madurez de la investigación educativa (Hessels y Van Lente, 2008).
Cuadro 1. Modos de producción del conocimiento 1 y 2 de Gibbons
Modo 1
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Modo 2
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Producción del conocimiento
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Académica, sin considerar
las aplicaciones prácticas
Los problemas se plantean
y solucionan en el contexto de una comunidad específica
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Soluciones
enfocadas al contexto
El
conocimiento se produce en un contexto de aplicación
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Límites
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Disciplinas de conocimiento
independientes
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Carácter
transdisciplinario, fuera de los límites de las disciplinas
El
conocimiento es globalizado
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Estructura
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Homogénea, uniforme
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Heterogénea,
diversa
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Organización
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Jerárquica y tiene a preservar
su forma
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Heterárquica
y transaccional, una jerarquía plana que usa estructuras organizacionales transitorias
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Retroalimentación
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Partes interesadas
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Tiene
mayor responsabilidad social y es reflexiva
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Control de la calidad
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Evaluación por pares partiendo
de las contribuciones realizadas de manera individual
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Un
sistema de base más amplio para el control de calidad
Además
de los intereses intelectuales, se añaden preguntas como: Una vez encontrada la
solución, ¿es pertinente? ¿competitiva? ¿es rentable? ¿es socialmente aceptable?
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Fuente: Elaboración propia a partir de Gibbons y otros (1994).
Con estas bases, podemos entender “Red de grupos de investigación” como un mecanismo estable de colaboración y articulación de un conjunto de grupos de investigación con el objetivo explícito de mejorar, de forma directa o indirecta, la investigación que realizan.
De esta forma, las redes de grupos de investigación son, en primer lugar, una respuesta a la creciente competitividad que se da en la investigación y en la sociedad, una respuesta en forma de colaboración mutua. Efectivamente, la existencia de convocatorias competitivas, así como de evaluaciones individuales de investigación, genera la sensación de que los grupos compiten entre sí por escasos recursos. Ante ello, solo queda una reacción posible: hacer mejor investigación trabajando juntos.
Muchas son aportaciones que las redes de grupos de investigación pueden hacer para contribuir a la mejora de la calidad de la investigación que cada grupo desarrolla. Sin buscar la exhaustividad, sí es posible enumerar algunas:
- Reforzar las capacidades internas de los grupos.
- Mejorar la formación y la motivación de los jóvenes investigadores con estrategias de encuentro inter-pares.
- Compartir recursos; por ejemplo, organizar eventos más ambiciosos y mejor desarrollados.
- Mejorar el abordaje multidisciplinar de las investigaciones.
- Identificar temas de investigación más cercanos a las necesidades de la sociedad.
- Innovar en metodologías de investigación.
- Apoyar grupos de investigación emergentes.
- Optimizar el impacto de la investigación.
- Favorecer la internacionalización de las acciones de investigación.
La experiencia nos dice que son al menos cinco los prerrequisitos necesarios para que una iniciativa para crear una red de grupos de investigación se convierta en una realidad. En primer lugar, es necesario la existencia de un objetivo claro. Las cuestiones iniciales a plantearse son el ¿para qué? y el ¿qué nos aporta la red? Solo en la medida de que este elemento esté claro y, como luego veremos, se mantenga, la red puede empezar a existir. El segundo factor es que exista una clara convicción de que la red es una oportunidad de aprendizaje y mejora. A lo que se añade la necesidad de un compromiso activo de los grupos y, al menos, una parte de sus miembros para buscar puntos de encuentro y comenzar a dar los primeros pasos. La reunión fundacional de la red es fundamental para su futuro. El tercer, y en este caso exigente, prerrequisito es que los grupos que lo conforman, al menos el núcleo duro de la red, sean sólidos y estén fuertemente estructurados. De grupos débiles no se crea una red débil, directamente la red o no se crea o desaparece. Una red de grupos exige humildad y sentimiento de cooperación. Una mala interpretación de la feroz competitividad en la estamos inmersos hace que se fomentan los egos, impidiendo, de esta forma, verdaderos caminos de colaboración. Como último prerrequisito queremos destacar el liderazgo –un liderazgo fuerte, distribuido, constructivo y generoso– Luego volveremos sobre este elemento absolutamente fundamental.
Pero como en la mayoría de cosas en esta vida, es más fácil comenzar que mantenerse en el tiempo. Así, algunas acciones necesarias para el mantenimiento y desarrollo de las redes de grupos de investigación son (Murillo, 2009):
- Mantener una claridad de propósitos a través de un enfoque compartido. Una de las causas por las que las redes desaparecen es porque, con el tiempo, se difumina su propósito. Para ello es necesario no solo poner por escrito objetivos y productos esperados, es preciso que el mismo esté presente con una reflexión periódica sobre los mismos.
- Identificar prioridades y marcarse metas de desarrollo. Fijar objetivos a corto, medio y largo plazo que guíen el desarrollo y la producción científica a lo largo de los años; pero que también permitan la reflexión sobre qué hemos alcanzado, y dónde se ha llegado. Son básicas para el desarrollo de las redes.
- Mantener y reforzar la motivación y la corresponsabilidad por la red. Una red supone un gran esfuerzo de tiempo, de ilusión y, en ocasiones, de dinero. El esfuerzo por mantener la motivación a través de la generación de productos tangibles y por impulsar un clima de trabajo adecuado, que ayude no sólo a la máxima producción, también al mayor grado de armonía y compromiso.
- Desarrollar y potenciar un clima de confianza y amistad. Un elemento que caracteriza las redes de investigación frente a otras estructuras, como son los departamentos o los grupos de investigación, es la existencia de especiales buenas relaciones entre sus miembros y la falta generalizada de conflictos. Este hecho, más allá de ser natural por el carácter voluntario de las redes, debe ser reforzado con acciones planificadas. Aunque suene una afirmación poco académica, las cervezas son tan importantes para el mantenimiento de las redes como pueden ser las formales reuniones de trabajo.
- Tener encuentros periódicos, directos o virtuales. Una buena recomendación es que los grupos que componen la red tengas encuentros con una frecuencia predeterminada, preferiblemente encuentras presenciales, pero, por qué no, también virtuales (aunque un cara a cara siempre es mejor). Estos encuentros favorecen el buen clima y el compromiso de los grupos, pero fundamentalmente supone un empujón en el trabajo conjunto. Dicho de otra forma, la mejor forma para que una red desaparezca es que dejen de reunirse.
- Atender las conexiones entre la red y los grupos. La red tiene su sentido en la medida que contribuya a mejorar los grupos que los conforman y, de forma secundaria, a las personas que en ellos están. Una red de investigadores es otra cosa.
- Transitar del intercambio a la construcción colectiva, especialmente generando productos tangibles. Una red no es solo intercambiar conocimientos, recursos o experiencias, es generar algo cualitativamente y cuantitativamente superior. En Ciencias Sociales no estamos acostumbrados a artículos en colaboración entre grupos con muchos autores, pero puede ser un camino (Adams, 2012).
- Favorecer un liderazgo distribuido y constructivo. Los hemos dicho, en las redes no hay lugar para los egos y protagonismos. Una red funcionará mejor cuanto más distribuidas tenga las tareas, las responsabilidades y los compromisos, cuanto más haga partícipe a todos de las acciones a tomar y más contribuya a la colaboración y cooperación. La existencia de un liderazgo es clave para que una red se conforme, así como para que se mantenga y desarrolle, pero este liderazgo es cualitativamente diferente del liderazgo que se da en un grupo de investigación, ha de ser un liderazgo compartido, generoso, afectivo y ético.
Claro, podemos vivir sin redes, como podemos vivir sin grupos y sin investigación. Pero ya que nos ponemos, hagámoslo bien. Y por bien no solo nos referimos a conseguir sexenios, hablamos de hacer una investigación que de verdad impacte en la mejora de le educación que lleve a una sociedad mejor. Y para lograrlo, las redes de investigación son una estrategia privilegiada.
Referencias
Adams, J. (2012). Collaborations: The
rise of research networks. Nature, 490(7420), 335.
Blasi, B.
y Romagnosi, S. (2012). Social
dynamics in scientific practices: Focus on research groups. Sociologia, 46(2), 66–77.
Gibbons, M., Limoges, C., Nowotny,
H., Schwartzman, S., Scott, P. y Trow, M. (1994). The New Production of Knowledge: The Dynamics of Science and Research
in Contemporary Societies. Londres: Sage.
Hemsley-Brown, J. y Sharp,
C. (2003). The use of research to improve professional practice: a systematic review
of the literature. Oxford Review of Education,
29(4), 449-471.
Hessels, L. K. y Van Lente, H. (2008). Re-thinking new knowledge production: A literature
review and a research agenda. Research Policy,
37(4), 740-760.
Kaestle, C. F. (1993). The awful reputation
of education research. Educational Researcher, 22(1), 23-31.
López-Yáñez, J. y Altopiedi, M. (2015). Evolution and social dynamics of acknowledged research
groups. Higher Education, 70(4), 629-647.
Murillo, F.J.
(2009). Las Redes de Aprendizaje como Estrategia de Mejora y Cambio
Educativo. REICE. Revista Iberoamericana sobre
Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 7(3), 3-6.
Murillo, F. J. y Perines, H. (2017). Cómo los docentes no universitarios perciben la investigación educativa.
Revista Complutense de Educación, 28(1), 81-99.
https://doi.org/10.5209/rev_RCED.2017.v28.n1.48800
Rocha, J. R., Sempere, M. J. M. y Sebastián, J. (2008). Estructura y dinámica
de los grupos de investigación. Arbor, 184(732), 743-757. https://doi.org/10.3989/arbor.2008.i732.219
Referencia original
Murillo, F. J. (2018).. Las redes de investigación como elemento de cohesión y fuentes de financiación. En J. M. Muñoz-Cantero, E. M. Espiñeira-Bellón, N. Rebollo-Quintela y L. Losada-Puente (Coords.), Quién hace qué y qué? Investigación e Innovación en el Área de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación (MIDE) de las universidades españolas (pp. 7-23). A Coruña: GIACE.
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