jueves, 1 de octubre de 2015

¿Puede la Educación Cambiar la Sociedad?

Aunque la respuesta a esta cuestión puede parecer sencilla, no lo es tanto. Al menos no ha habido una respuesta unívoca en el último medio siglo. En estos 50 años hemos pasado del optimismo más desaforado, al pesimismo más frustrante. Y quizá no sea ni lo uno ni lo otro.

El punto de partida es la década de los 60, junto con el movimiento hippy, la guerra fría, la batalla por la conquista del espacio, el “haz el amor y no la guerra”… había una desmesurada confianza en que la educación podía cambiar el mundo, hacer un mundo más justo y mejor. La idea era simple, se puede mejorar la educación y con ello se mejorará la sociedad, es decir la educación como motor de cambio.

La certificación del fracaso de ese sueño hizo que se cayera en el pesimismo más absoluto. Así,  en los 70 y 80 se asumió que el papel de la educación era el de reproducir las desigualdades de la sociedad. Quizá sea lógico pensar que es muy alta la probabilidad de que un niño o una niña procedente de una familia rica acabe teniendo un título universitario y eso le legitime para seguir siendo rico. Pero suponer que un niño o una niña pobre, solo por el hecho de pertenecer a una familia de escasos recursos, apenas consiga una titulación básica y acabe siendo pobre, ya no lo es tanto. Es más, si profundizamos un poco, nos damos cuenta que el papel de la escuela es seleccionar y jerarquizar a los estudiantes para que la sociedad mantenga el privilegio de unos pocos. Así la escuela cumple un papel de legitimador de las diferencias, desigualdades y exclusiones.

Nuestra visión en la actualidad se sitúa en un punto intermedio. Como dice magníficamente Apple (2012), la educación puede cambiar la sociedad, pero no tanto ni en el sentido que imaginamos o deseamos. Aunque tal vez la pregunta que nos debemos hacer sea otra: ¿qué hay que hacer para que la educación pueda cambiar el mundo?

Alguna certeza tenemos; por ejemplo, la coherencia entre lo que hacemos y lo que buscamos. Si queremos una sociedad democrática, debemos tener una escuela democrática. Si deseamos una sociedad inclusiva, sin discriminaciones ni marginaciones, debemos trabajar por una escuela inclusiva. Una escuela accesible a todos, donde todos se sientan valorados y se beneficien de la experiencia de participar y aprender en contextos de diversidad. Si buscamos una sociedad más justa, tenemos que trabajar por conseguir una escuela más justa, donde reciban más aquellos que más lo necesitan. O podemos mirarlo desde la otra perspectiva: una escuela elitista, competitiva, jerárquica, que segrega, que margina y que expulsa solo generará una sociedad con idénticas características.

También sabemos que si una escuela no se plantea explícitamente una educación de todos y para todos, una educación inclusiva, seguramente, quizá sin darse cuenta, estará favoreciendo inequidades y marginaciones. Porque solo con una acción intencionada y planificada es posible luchar contra las desigualdades de la sociedad.

Tres elementos para conseguir una escuela que contribuya a hacer una mejor sociedad (Smyth, 2011):
  • En primer lugar, docentes como intelectuales críticos. Profesores y profesoras comprometidos con los estudiantes y con la sociedad, sensibles ante las injusticias e implicados en la lucha contra ellas.
  • En segundo lugar, estudiantes como agentes de cambio. Con autoestima, conocedores de las injusticias y sensibles ante ellas.
  • En tercer lugar, comunidades educativas comprometidas y trabajando unidas en pos de valores y objetivos compartidos.
La educación puede hacer que la sociedad cambie, sin duda, pero si y solo si lo creemos posible y actuamos para que así sea.

Referencias


Apple, M.W. (2012). Can education change society? Londres: Routledge.

Smyth, J. (2011). Critical pedagogy for social justice. Nueva York: Continuum.

Referencia Original

Murillo, F. J. y Duk, C. (2015). ¿Puede la educación cambiar la sociedad?. Revista Latinoamericana de Investigación Educativa, 9(2), 9-11.

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